Desde niña era inmensamente feliz con todo lo que había a mi alrededor, y principalmente con mi madre y mis mascotas; sin embargo, en esa inocencia de niña no era capaz de percibir que éramos pobres, fueron algunas personas que me lo hicieron notar.

Pues te cuento que nací en una ciudad llamada Vallenar en la tercera región de Chile, de ahí mis padres buscando un mejor futuro se fueron a la ciudad de Calama, donde está la principal y mayor empresa minera del país y que por ende, da mucho trabajo alrededor, tanto a contratistas como a todo lo que implique servicios en general; vivíamos en una población casi al final de la ciudad, en un barrio malo, donde nuestra casa era de adobe (barro), el baño quedaba en el patio y era un pozo, la cocina también con piso de tierra y con agujeros por todos lados, donde a veces asomaban ojitos de pequeños ratones hambrientos y donde en una ocasión, en vez de ratoncitos aparecieron conejitos, jajajaja, la coneja había hecho su nido en la cocina.

Como mis padres eran gente de campo, en poco tiempo mi madre tenía plantaciones en el patio, recuerdo correr alrededor de los maizales, (en chile se come mucho maíz o choclo), también criaban animales con quienes yo me encariñaba tanto, tanto, pero que después eran parte de nuestra dieta y del comercio que hacían mis padres para poder llevar sustento al hogar.

Como cualquier niña soñaba teniendo una muñera Barbie, pero nuestros recursos hacían imposible gastar en un capricho así, por tanto, fui juntando peso a peso, en una bolsita, moneditas que me regalaba mi mamita Hilda (madrina) para poder comprar una “Farbie” o “Debie”, que era la imitación china de la Barbie. Logré comprar mi muñequita, a la cual le levantaba su pelo y era pelada, sus rodillas para doblarse dejaban sus articulaciones a la vista, ósea muy plástico todo, pero yo la amaba, no veía la diferencia en ese momento, hoy me río tanto al recordar eso y cuando se lo cuento a la gente también lo disfruto y disfrutan mucho.

Bueno un día fui al negocio de la esquina y una vecina me miró con una cara tan rara, como diciendo pobre niñita, al ver mis zapatillas; estas tenían un hoyo que se había hecho por mi dedo gordo, y mi mamita (que era la zapatero, mueblista, eléctricista, gasfiter y todo de la casa) me los había reparado poniendo un parche por dentro y cociendo el parche con hilo grueso y grandes puntadas, la idea no era pasar desapercibido el agujero, era evitar que saliera mi dedo y entrara mugre a mi pie, pero el resto estaba servible, en la lógica de quien es pobre, esa fue la primera vez a mis 9 años que me di cuenta que éramos diferentes, que éramos pobres y que había gente que te miraría extraño y que evaluaría quién eres por como vistes, en fin, yo seguía en mi mundo de fantasía y juegos, sin que nada de eso me afectara, mi hermanita tenía ya 15 años y ella en su etapa de adolescencia pudo experimentar mayormente el rechazo, las miradas burlescas y todo eso del ser humano inconsciente y apegado a la materia, ella llevó una fuerte carga, que la dejaba muchas veces encerrada sin querer salir a la calle.

Más tarde cuando mi madre había hecho todo el esfuerzo de cambiarme de colegio porque donde estudiaba habían llegado niños considerados “malos”, de mala influencia,  aunque ahora que los recuerdo, no eran malos, nadie les había dado cariño, valores, nadie los había educado, pero en el fondo eran buenas personas; ah y bueno, en ese otro colegio, recuerdo que había una chica, hija de un profesor, que tenía una actitud de dueña del mundo, y nos invitaba a jugar; el juego consistía en sentarse en un círculo y ella iba preguntando, ¿quién tiene tele o TV?, ¿quién tiene radio?,¿quién tiene reproductor de video? Y los demás iban levantando la mano, y yo decía casi a todo que no y ella miraba y decía “que pena, pobrecita”; esa fue la segunda vez en mi vida que comprendí que era pobre; aunque ya mi padre había construido un baño dentro de la casa, pero sin calefont, prendíamos una fogatita en la cañería para calentar el agua y en Calama (válgame Dios, donde las temperaturas son a veces bajo 0).

En esa época cuando llegaba la navidad, íbamos donde una vecina que tenía un gran pino en su jardín y mi madre lo podaba y nos traíamos las ramas a la casa y armábamos nuestro hermoso árbol de navidad, con adornos que se compraban y otros que se hacían, pedazos de algodón para simular nieve, y el aroma a pino que era maravilloso, ufff, que recuerdos se me vienen a mi mente. Yo me sentía tan feliz y dichosa porque teníamos un árbol de verdad en casa.

Pasaron los años, la situación comenzó poco a poco a cambiar, recuerdo las primeras compras que hizo mi padre una vez que nos llevó a Iquique, era casi una fiesta el primer TV a color, cada cosita que mis padres adquirían con tanto esfuerzo lo celebrábamos en familia.

Sin embargo, cuando ya teníamos más recursos desapareció el árbol de navidad de pino silvestre y fue cambiado por uno de plástico, los regalos eran un poco más fríos, ya no una sorpresa, ahora pedíamos el perfume que queríamos. Y así muchas cosas cambiaron, de las cuales les agradezco a mis padres por todo su esfuerzo, por darnos lo mejor que estaba a su alcance.

    ¿Y cual fue el regalo de haber nacido pobre?

Que estas experiencias vividas me han ayudado en el camino a valorar mucho más todo lo que he conseguido, pero sobre todo a valorar los momentos, las personas, los hechos y sobre todo a ver al otro igual que yo, como un hermano de camino humano, que vamos transitando en esta escuela de la vida, y que todo dependerá como queramos verlo, yo no me sentía pobre, me sentía dichosa. Sin embargo, una parte de mi subconsciente guardaba de seguro ese rechazo, esas burlas y en alguna época de mi vida centré mi energía en el tener cosas materiales, pero estas tampoco llenaron nada, así que el viaje continuaba, fueron muchos libros que me ayudaron a despertar y entender que cada experiencia es elegida por nuestra alma previo a nacer, para poder experimentar y salir de ese ego, de esa ilusión, salir de la importancia de la materia y centrarnos en el ser. No es la pobreza material la que debe importarnos, sino que la pobreza de espíritu.

Hoy agradezco cada parte de mi historia, ha sido una gran encarnación que elegí experimentar.

Y ¿Cómo aceptamos la abundancia?

Si bien,  ser abundante no es nada malo, pero todo en equilibrio, ya que tampoco debemos irnos al otro extremo, al del egoísmo y codicia.

Para aceptar la abundancia, se debe sanar primero tu relación con el dinero, reprogramar esas creencias limitantes, sanar los votos de pobreza, sanar el clan o transgeneracional, los votos y contratos kármicos que podríamos tener con ellos, o findelidades inconscientes, y todo eso, lo fui realizando poco a poco para aceptar que soy merecedora, es todo un proceso, incluso la Terapia Regresiva puede ayudar mucho, ya que las respuestas pueden estar en otras encarnaciones anteriores. 

De ahí que es importante el acompañamiento terapeutico, para ir descubriendo esos patrones y bloqueos, e ir removiendo lo que haya que remover para luego ir con todo por tus metas.

Lucha querida amiga (o), lucha y exige tu derecho a ser feliz, a disfrutar de todo lo que por derecho divino te pertenece. 

“Hoy me declaro un ser abundante, merecedor, libre y haré todo aquello que me gusta y me hace feliz, en armonía para todo el mundo, gracias padre, así es y así será” (repite 3 veces, una en voz alta y dos en silencio)